ENTREVISTA AL P. GUSTAVO MALDONADO

Este año la comunidad de Padres Escolapios del Colegio Calasanz de Cúcuta tiene un nuevo integrante. Es el Padre Luis Gustavo Madonado Padilla, quien este año trabajará como maestro de Pastoral de Quinto Grado y acompañará diferentes procesos pastorales en el Colegio. Le pedimos que nos permitiera hacerle una entrevista, con el fin de que toda la comunidad educativa le empezara a conocer y supiera, por su propia voz, de algunos aspectos de su vida y su trabajo como escolapio.

Este año la comunidad de Padres Escolapios del Colegio Calasanz de Cúcuta tiene un nuevo integrante. Es el Padre Luis Gustavo Madonado Padilla, quien este año trabajará como maestro de Pastoral de Quinto Grado y acompañará diferentes procesos pastorales en el Colegio.

Le pedimos que nos permitiera hacerle una entrevista, con el fin de que toda la comunidad educativa le empezara a conocer y supiera, por su propia voz, de algunos aspectos de su vida y su trabajo como escolapio.

Nos atendió amablemente en el patio de recreo de los niños y niñas de preescolar, quienes con su curiosidad habitual a veces se acercaban para escucharlo hablar y saludarlo.

Padre Gustavo, buenos días y bienvenido. ¿Nos podría decir cuándo y en dónde nació?

Nací en un pueblito de Ecuador bien al sur que se llama Cañar, el 21 de diciembre de 1970.

¿Cuántos hermanos tiene usted?

Conmigo somos cuatro. Soy el único hombre de la casa y tengo tres hermanas: Una mayor que yo y dos menores que yo. Ha sido una alegría y una bendición contar con tres hermanitas a quienes quiero mucho.

¿Hay alguna presencia escolapia en Cañar?

Sí, está el Colegio Calasanz y la primaria del Calasanz. Tenemos nuestra obra desde el año 1964.

¿Estudió desde pequeño en el Calasanz en Cañar?

Estudié la segunda parte, que sería el bachillerato. La primaria la hice en una escuelita de una región del campo que está cerca de Cañar; una escuelita fiscal promovida por el gobierno.

¿Cómo fue su ingreso al Colegio Calasanz?

Cuando yo entré al Colegio Calasanz tenía doce años y para mí siempre fue la alegría porque me habían hablado muy bien del colegio. De hecho fue esa la mayor motivación que tuve cuando le dije a mi mamá que quería entrar a ese colegio. Me habían hablado muy bien de él, siempre tenía en alto su nombre y era muy reconocido por su calidad académica. Entonces yo me puse ese reto: Que quería entrar en el Colegio Calasanz y si no era en ese colegio no quería estudiar.

¿Cuál fue el primer escolapio que conoció en el colegio?

El primer escolapio que recuerdo fue el padre Humberto Rincón, que estuvo preparándome para la primera comunión. Luego al padre Felicísimo del Mazo, a quien conocí como párroco. Posteriormente, en la adolescencia, conocí al padre Mauricio Gaviria. Fueron los padres que me impactaron por su manera de ser, por su manera cercana a los jóvenes y a los niños: El Padre Humberto cuando lo conocí en el colegio, tocando la guitarra, reunido con los jóvenes; luego el Padre Mauricio con su manera muy alegre y dinámica de llegar a los jóvenes. Me tocaron.

¿Cómo nació su vocación sacerdotal y religiosa?

Cuando tuve seis años, recuerdo que yo le había dicho a mi mamá que quería ser sacerdote, después de la fiesta del 24 de julio en mi pueblo, una fiesta muy típica. Y en una de las eucaristías, viendo al obispo, viendo a los sacerdotes, me sentí inspirado. Mi mamá se asombró al escucharme y pensó que no sabía lo que estaba diciendo. Luego, a los nueve años volví a decirle que quería ser sacerdote. Y mi mamá me puso más atención, más atención, y me dijo: ‘Bueno mijo, cuando estés grande vas viendo mejor’.

Posteriormente esa inquietud se volvió a despertar cuando estuve en tercer curso, a raíz de unas filminas que estaba presentando el Padre Humberto Rincón y con las que sentí ese impacto más fuerte de ser sacerdote. No sabía si iba a ser escolapio, pero sí me gustaba ser sacerdote.

¿Recuerda el tema de las filminas?

El tema de las filminas lo tengo muy claro. Fue de unas misiones en África, de hecho durante toda la presentación, como muchachos que eramos, estábamos todos inquietos, sin prestar mucha atención, entonces el Padre Humberto todo molesto se levantó y nos dijo: ‘¡Ya, se terminó, volvemos al salón de clase!’. Y la última filmina, que había permanecido proyectada, me impactó: Era una imagen de unos niñitos de África con toda su pobreza, con toda su realidad social y una frase que decía: “Hay muchos que los necesitan. ¿Quieres ayudarme?” Esa frase fue un detonante para mí. Sentí como si una espada de candela hubiera impactado mi corazón. De hecho me sacudió, me removió por dentro, me puso a cuestionarme y hasta a pelear con Dios diciendo: ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Y eso recuerdo que fue impactante en ese año.

Quedé conmovido y desde allí empecé el cuestionamiento a Dios: ¿Por qué a mí? Yo no soy bueno, yo no tengo tanta capacidad como tienen otros jóvenes, yo no tengo tanta habilidad para hablar, y empecé a señalar todos mis defectos y mis limitaciones. Recuerdo que esa misma tarde, ese cuestionamiento fue respondido con una imagen bonita que tengo hasta ahora presente: Después de haber dicho todo eso, de haber expresado todo ese malestar, recuerdo una imagen de una carita muy feliz dentro de mí diciéndome: ‘Por todo eso que has dicho, te he elegido. Por todo eso que tú has dicho, te quiero’. Y una frase de San Pablo —que en ese momento no sabía de quién era, pero más adelante descubrí—, que decía: “No temas, yo estoy contigo.”

¿Cuándo fue haciéndose claro que ese llamado iba a ser dentro de la Escuela Pía?

Ese llamado se fue fortaleciendo a partir de los retiros que tuve en noveno. Luego, como todo muchacho, tuve la inquietud como tapada, como calmadita. Cuando llegué al último curso, asistí ya a los retiros de discernimiento. Allí el padre Alberto Moreno me hizo un llamado para un acompañamiento vocacional. En él fui discerniendo esa inquietud, en la que no tenía claridad de si iba a ser escolapio. A los dos años de estar en el seminario, en la formación de los primeros años, tome conciencia de lo que es ser escolapio y ya en el noviciado fue cuando aterricé totalmente en la espiritualidad propiamente de la Escuela Pía.

¿Cómo fue su proceso de formación como escolapio?

Como dije antes, en los dos primeros años había descubierto para qué había entrado en el seminario. Cuando me di cuenta de esa claridad pedí un año más a mis formadores. Luego de hacer el noviciado en Bogotá, regresé a terminar mi carrera civil en el Ecuador de Filosofía y Psicología. Regresé a Bogotá a hacer el estudio de Teología, y luego regresé a trabajar al Ecuador durante cinco años más. En conclusión fueron qince años de formación, diez años en Ecuador y cinco en Bogotá antes de ordenarme como sacerdote escolapio.

¿Cómo fue el proceso de dejar Ecuador y llegar a Colombia?

Por el hecho de ser yo de un pueblito de campo, para mí el impacto primero fue salir a la ciudad que era Cañar, luego a Cuenca que es una ciudad un poco más grande y después de Cuenca salir a Bogotá, que es una metropolí. El impacto fue muy fuerte y más aún saliendo por primera vez del país. Esos días hasta no dormía, con pesadillas, porque más era lo que suponía, lo que me imaginaba, que la realidad. ¿Qué iba a hacer en otro país? ¿Cómo iba a hacer esto o aquello? Me dolió, me costó, pero eso día a día se fue haciendo menos doloroso. Luego me fui adaptando a la nueva realidad, fui conociendo la realidad de los niños y me fue apasionando la realidad educativa, el trabajo de ser educador. Poco a poco esa nostalgia se fue quitando. Todo ese crecimiento hace hoy que sea desprendido y cada vez más deseoso de aprender, de ser flexible, a estar dispuesto a aprender de la nueva realidad.

¿Cuáles fueron sus primeras obediencias después de ser escolapio?

Curiosamente mi primera obediencia fue a mi pueblo, a Cañar. En Cañar estuve los tres primeros años después de haber acabado mi teología. Luego pasé dos años y medio en otra comunidad más al sur de Ecuador que se llama Loja. En Loja también estuve trabajando en el colegio y posteriormente regresé a Cañar ya ordenado como sacerdote. Allí acabé de estar cinco años ejerciendo mi ministerio.

¿En qué tareas concretas?

Siempre he estado en la parte educativa, me gusta ser profesor. Durante la última etapa de mi trabajo en Cañar estuve con treinta horas de clase. Tenía diferentes materias: Filosofía con todos los novenos; pastoral, con algunos novenos y con once e historia del Ecuador. También colaboraba y ayudaba en el colegio, debido a veces a la deficiencia de maestros. Todo eso me tocó trabajar además de la coordinación pastoral de la primaria, los retiros con los estudiantes, grupos juveniles y el acompañamiento vocacional. Además de ejercer mi trabajo como educador, también tuve responsabilidades como parte de mi ministerio como sacerdote, con el pueblo, las eucaristías de los domingos, que fueron también una riqueza para mí.

¿Cómo recibió la obediencia para Colombia?

Por mi opción de vida tengo bien claro que estoy para servir donde me necesiten. Intuía que llegaría este momento, con toda la reestructuración, la revitalización de nuestra Orden y de nuestra Provincia ya me hacía a la idea de que en cualquier momento me llegaría esto. Fue una sorpresa el lugar que me correspondió. No esperaba que fuera Colombia, y cuando me dijo el Padre Provincial que estaría en la pastoral, en la parte educativa, del Colegio en Cúcuta, le dije: Genial, porque eso es lo que me apasiona, eso es lo que me llena.

¿Qué expectativas tiene usted del trabajo en Cúcuta?

Mi expectativa es brindar lo que se hacer: Acompañar y escuchar a los niños y niñas del Colegio; quiero primero conocer la realidad, la idiosincracia de Cúcuta y una vez que esté más entradito dirigiré también los retiros espirituales.

¿Cómo ha sido la acogida de los estudiantes? ¿Qué ha percibido?

He empezado a acercarme a ellos a partir de los juegos. Me gusta jugar y hacer deporte y los niños por ese lado avanzan rápido; los niños geniales, muy nobles y educados, muy disciplinados y cercanos. No digo todavía nada de los jovencitos porque no he tenido la oportunidad de interactuar con ellos, pero alguno que otro joven, alguna que otra joven ha mostrado signos de cercanía: un saludo, una sonrisa, lo cual me va mostrando mucho cariño y muchos valores en los que nuestro colegio forma. Me alegra esa manera cercana y noble de los jóvenes y de los niños con los que estoy empezando a tratar.

Padre Gustavo, muchas gracias por su tiempo y por su gentileza en responder a todas nuestras preguntas.